Historia de un minuto – ocho
El viento soplaba susurrando algo que nadie comprendía, el
sol contaba sus últimos minutos antes de que fuera hora de retirarse para dar
paso a la noche, las nubes se dejaban arrastrar por las corrientes y pintaban
el cielo de suspiros con formas que sólo la imaginación podría ver, uno que
otro pájaro dejaba oír su canto pero la mayoría disfrutaba del silencio y el
susurro incomprensible del viento. Marcelo reposaba acostado en el techo de su
casa, estiraba la mano con la ilusión de tocar el cielo aunque no lo hiciera,
cantaba fragmentos de una canción con cierta nostalgia para después volver a
caer en el silencio, dejó que el tiempo fluyera y que un minuto se transformara
en una hora en el reflejo del cielo en sus pupilas. Se incorporó de nuevo, dio
un respiro largo y se acercó a la orilla del techo de su casa, se sentó en el
borde y se quedó ahí sentado, comenzó a observar el ocaso vacio de esperanza,
ganas y entusiasmo, buscaba en su memoria y en su corazón una razón para
sonreír pero no la encontraba, suspiraba pero sus suspiros ya no poseían
destinatario. Sus ojos miraban vacios hacía el ocaso y esperaba oír algo que ni
el mismo conocía, estaba cansado, solía mirar hacia abajo con la esperanza de
sentir ese impulso que lo obligara a saltar del borde del techo de su casa y
besar el suelo para desconectarse de este mundo, pero esas ganas nunca le
llegaban. El sol se despidió pintando el cielo de rosa y cediéndole el reinado
a la noche y su caricia fría, Marcelo seguía sentado dónde mismo, el viento
frío le susurraba al oído y lastimaba sus manos, el no se inmutaba, permanecía
sentado, de un momento buscó en su bolsillo aquel paquete de cigarros que había
comprado hace un par de horas, sacó uno, lo encendió e intentó disfrutarlo, el
humo le castigaba la nariz, los pulmones y los labios, el sabor de su saliva se
había vuelto amargo, él solamente se limitaba a girar la cabeza para escupir en
el techo, por un momento sintió un par de lágrimas escapárseles y pudo verlas
viajar con el viento del anochecer, él siguió guardando silencio. En un momento
de locura giró su cabeza para ver hacía atrás y tener la alucinación de una
silueta familiar subir al techo y hacer algún comentario, después una lágrima
le despertó para hacerle ver que no había nadie ahí. Marcelo se quitó del borde
del techo y regresó a un sitió donde la gente no lo vería como un suicida más,
permaneció sentado en silencio, un par más de lágrimas resbalaron por sus
mejillas, no sabía si era nostalgia o el viento que le lastimaba la mirada, se
levantó, miró hacía el borde de su techo, dio unos pasos y pegó un salto, a
mitad del salto se arrepintió, aterrizó al borde del techo, a milímetros de
haberse convertido en un suicida más, movió sus brazos para recuperar el
equilibrio y en un impulso se arrojó hacía atrás cayendo sobre su espalda, el
corazón le latía acelerado, las lagrimas le resbalaban por las mejillas, la respiración
se le resultaba irregular, el aire frío le quemaba los pulmones, sus brazos
estaban tan fríos que no habían sentido el golpe del suelo del techo ni las
raspaduras, mucho menos las piedritas que se habían clavado en su espalda,
Marcelo se reincorporó, dio un largo suspiro, se limpió las lágrimas de su
rostro, buscó una razón para saltar del techo pero no la encontró. Evocó viejas
memorias en aquel techo, dio un suspiro, avanzó un par de pasos y bajó del
techo. Salió fuera de su casa, caminó sin un rumbo seguro, avanzó y avanzó, el
frío de la noche lo castigaba pero esa sensación indescriptible que le carcomía
el estomago y el corazón lo motivaba a seguir avanzando. Avanzó hasta que no
encontró más motivo para seguir caminando, caminó por en medio de la calle
esperando que pasara una fatalidad, un automóvil lo atropellara, algún
malviviente lo asaltara o algo peor, nada de lo que esperaba sucedió, como ya
era costumbre. Siguió avanzando sin rumbo hasta que se encontraba lo suficiente
lejos de su hogar y las piernas no le daban más fuerza para avanzar, se detuvo
en una esquina, tomó un taxi de regreso a su hogar y se quedó sentado afuera de
su casa, con las piernas recogidas, un par de estornudos fueron la señal de que
el frío había causado sus estragos, pero Marcelo no prestó importancia, él
permaneció sentado esperando un milagro que no sucedería, Marcelo se puso de
pie, entró a su casa, arrastró los pies hasta su habitación y se arrojó a su
cama, se quedó dormido.
wow!!!!!! me transportaste a la historia, me encantó!
ResponderEliminar