miércoles, 18 de noviembre de 2015

Historia de un minuto - ocho

Historia de un minuto – ocho


El viento soplaba susurrando algo que nadie comprendía, el sol contaba sus últimos minutos antes de que fuera hora de retirarse para dar paso a la noche, las nubes se dejaban arrastrar por las corrientes y pintaban el cielo de suspiros con formas que sólo la imaginación podría ver, uno que otro pájaro dejaba oír su canto pero la mayoría disfrutaba del silencio y el susurro incomprensible del viento. Marcelo reposaba acostado en el techo de su casa, estiraba la mano con la ilusión de tocar el cielo aunque no lo hiciera, cantaba fragmentos de una canción con cierta nostalgia para después volver a caer en el silencio, dejó que el tiempo fluyera y que un minuto se transformara en una hora en el reflejo del cielo en sus pupilas. Se incorporó de nuevo, dio un respiro largo y se acercó a la orilla del techo de su casa, se sentó en el borde y se quedó ahí sentado, comenzó a observar el ocaso vacio de esperanza, ganas y entusiasmo, buscaba en su memoria y en su corazón una razón para sonreír pero no la encontraba, suspiraba pero sus suspiros ya no poseían destinatario. Sus ojos miraban vacios hacía el ocaso y esperaba oír algo que ni el mismo conocía, estaba cansado, solía mirar hacia abajo con la esperanza de sentir ese impulso que lo obligara a saltar del borde del techo de su casa y besar el suelo para desconectarse de este mundo, pero esas ganas nunca le llegaban. El sol se despidió pintando el cielo de rosa y cediéndole el reinado a la noche y su caricia fría, Marcelo seguía sentado dónde mismo, el viento frío le susurraba al oído y lastimaba sus manos, el no se inmutaba, permanecía sentado, de un momento buscó en su bolsillo aquel paquete de cigarros que había comprado hace un par de horas, sacó uno, lo encendió e intentó disfrutarlo, el humo le castigaba la nariz, los pulmones y los labios, el sabor de su saliva se había vuelto amargo, él solamente se limitaba a girar la cabeza para escupir en el techo, por un momento sintió un par de lágrimas escapárseles y pudo verlas viajar con el viento del anochecer, él siguió guardando silencio. En un momento de locura giró su cabeza para ver hacía atrás y tener la alucinación de una silueta familiar subir al techo y hacer algún comentario, después una lágrima le despertó para hacerle ver que no había nadie ahí. Marcelo se quitó del borde del techo y regresó a un sitió donde la gente no lo vería como un suicida más, permaneció sentado en silencio, un par más de lágrimas resbalaron por sus mejillas, no sabía si era nostalgia o el viento que le lastimaba la mirada, se levantó, miró hacía el borde de su techo, dio unos pasos y pegó un salto, a mitad del salto se arrepintió, aterrizó al borde del techo, a milímetros de haberse convertido en un suicida más, movió sus brazos para recuperar el equilibrio y en un impulso se arrojó hacía atrás cayendo sobre su espalda, el corazón le latía acelerado, las lagrimas le resbalaban por las mejillas, la respiración se le resultaba irregular, el aire frío le quemaba los pulmones, sus brazos estaban tan fríos que no habían sentido el golpe del suelo del techo ni las raspaduras, mucho menos las piedritas que se habían clavado en su espalda, Marcelo se reincorporó, dio un largo suspiro, se limpió las lágrimas de su rostro, buscó una razón para saltar del techo pero no la encontró. Evocó viejas memorias en aquel techo, dio un suspiro, avanzó un par de pasos y bajó del techo. Salió fuera de su casa, caminó sin un rumbo seguro, avanzó y avanzó, el frío de la noche lo castigaba pero esa sensación indescriptible que le carcomía el estomago y el corazón lo motivaba a seguir avanzando. Avanzó hasta que no encontró más motivo para seguir caminando, caminó por en medio de la calle esperando que pasara una fatalidad, un automóvil lo atropellara, algún malviviente lo asaltara o algo peor, nada de lo que esperaba sucedió, como ya era costumbre. Siguió avanzando sin rumbo hasta que se encontraba lo suficiente lejos de su hogar y las piernas no le daban más fuerza para avanzar, se detuvo en una esquina, tomó un taxi de regreso a su hogar y se quedó sentado afuera de su casa, con las piernas recogidas, un par de estornudos fueron la señal de que el frío había causado sus estragos, pero Marcelo no prestó importancia, él permaneció sentado esperando un milagro que no sucedería, Marcelo se puso de pie, entró a su casa, arrastró los pies hasta su habitación y se arrojó a su cama, se quedó dormido.   

lunes, 2 de noviembre de 2015

Regret número uno.

Regret número uno.

                Hola, me llamo…
                               tengo tantos años de edad…
                                               moriré eventualmente sin darme cuenta…

                El sábado pasado tuve un examen en el que tuve el placer de conocer a seis personas que en cierto modo me hicieron abrir los ojos y a la vez cerrarlos. Me hicieron sentir tristeza y pereza por mi vida, sentí cierto malestar por el hecho de saber que quizá he desperdiciado un par de años de mi vida en cosas tan absurdas que me arrepentí de haberlas hecho o vivido, y es cierto, quizá debí invertir menos tiempo pensando en la idea de enamorarme de alguien que no me correspondía o dejar de perseguir aquellos amigos que se desviaron del camino y quise enderezar su camino aún sabiendo que ya era muy tarde. Quizá debí centrarme más en mis libros de matemáticas, en mis grupos de amistades intelectuales o aprender herramientas nuevas. Es fácil voltear al pasado y sentir cierto arrepentimiento por lo que no somos, por lo que no alcanzamos y por lo que no será, pero mi vida no se termina en un pozo infinito de lamentarse, tengo veintitantos años y aún puedo cambiar la historia de mi vida. Todavía tengo oportunidad de realizar algo por esta existencia que pasa de ser alegre a la tristeza y viceversa.

Te prometo no cerrar los ojos y vivir mi vida sin conformarme nunca más, levantarme cuando caiga y no buscar despertar lástima de nadie más.

                                                                                              M. Gray